Algo también ahí
Algo también ahí. En el borde del ojo. En el marco de la
ventana. Algo que te confirma. Sí, un borde sinuoso que impregna tus visiones.
Estoy en un caparazón de sueño. Todo es blando y lejano alrededor. Me abro un
poco a la realidad, pero caigo en el velo, la caparazón del sueño. Pero ando,
con este velo de sueños, aferrada a una cornisa de realidad, voy caminando por
el centro. ¿Qué es? No importa, cruzo. Cuántas luces. Hace frío y hay viento.
Tengo que llegar a un horario. Tiempo y forma. Y ese algo que está ahí, al
costado del ojo. Por momentos derrama visiones en mis ojos, es muy difícil si
estoy cruzando una avenida ancha. Algo ahí, en los ojos. Y quedan flotando. Y
sólo yo las veo pero ellas me miran. Están ahí. No es fácil llegar hasta el
teatro pero llego, con las visiones sobre mí, cubriéndome y rodeándome, pero
sólo yo las veo, así que entré; para facilitar la cosa, supongo, todas se
introdujeron de golpe por mis oídos. Fue impresionante, un concierto entre
insoportable y aterrador, por suerte estaba sola en el pasillo. Las tenía ahora
flotándome adentro, se me aparecían por los ojos, me susurraban en lo oídos, me
hacían sentir su calor, o su frío, frío sobre todo, una llanura gris rojiza,
terrosa, hay un ranchito para cubrirse del viento, del frío. Le abre la puerta
una mujer joven, con los ojos enormes, un bebé a upa y tres más que la tironean
de la ropa. Te vas corriendo, en el frío y la noche vas a sufrir esa
diferencia. A buscar un huequito, una piedra, un arbusto, algún resguardo del
viento. Encuentra una piedra y un arbusto que no son suficientes, con su
mochila trata de mejorar el resguardo. Se abriga con todo. No debería dormir,
piensa. A la mañana los chicos del rancho la encontraron muerta por el frío.
Pero estás acá en un pasillo del teatro, ahora volvés a ver
a ver claro el pasillo, las puertas, una acomodadora te pregunta si estás
perdida. Te hace bajar dos pisos y te deja en manos de otra acomodadora, que te
abre a un palco alto. Ahí te deja. ¡Qué alto! Si te asomás a ver el borde es lujo
en caída libre. Abajo hay una alfombra. Las alfombras nunca le fueron
simpáticas. Las visiones salen de ella, por todos sus orificios, precisas. Por
suerte estaba sola en el palco. Porque quedó doblada en el piso. Pero se abrió
la puerta.
- ¿Está bien señorita?
- ¿Está bien señorita?
- Sí, sólo me tropecé y tengo la rodilla frágil.
- ¿Necesita un médico?
- No, no. Muchas gracias.
- ¿Puede sentarse?
- Sí, un momentito, por favor.
Y logró sentarse y tratar de parecer normal.
- Listo.
- Señorita, cualquier cosa, yo estoy en el pasillo.
- Gracias. No hace falta. Gracias.
Quedó sola en el palco, con sus visiones curioseando todo y
jugando a saltar entre los adornos. Ella trató de concentrarse en el comienzo
de la representación, era una ópera. Está exhausta por el brusco ingreso por
los oídos y el inesperado vuelco por sus orificios, quedó bruscamente llena y
sorpresivamente vaciada y justo llegó la acomodadora. Algo se debe haber dado
cuenta.
Vos allá, yo acá; ese es el filo.
Vos sos vos, no sos yo.
Yo soy yo, no soy vos.
El filo está en mí misma, entre mis propias visiones, algo
separa, aunque a veces contiene. ¡Visiones! ¡Vengan a mí! ¡Yo soy esto! ¡Quiero
un abrazo imposible, inconcebible! ¡Rodéenme visiones! Aunque me penetren
estaré separada de ustedes, ¡es inevitable!
Separada por un resquicio, separada de mí, en el filo de
este balcón, me dejo colgar hacia fuera, gran griterío, es por mí, todas mis
visiones me penetran y me pasan por los ojos, no puedo ver, escucho:
- ¡Señorita, agárrese!
- ¡Señorita! ¡Por favor!
No veo nada. Los primeros gritos del teatro se convierten en
un parloteo agitado, cada tanto sale de ahí un “¡Señorita, no, por favor!”. Yo
no veo porque mis visiones están todas juntas, densas, en mis ojos, me hacen
pesar los ojos. Sigo agarrada a la baranda. El suelo abajo haría bastante ruido
con la caída de mi cuerpo, ahí va. Estallan los aplausos, estoy en mi palco,
sola en el piso, con mis visiones otra vez desparramadas. Me quedo quieta en el
piso y las dejo que me entren una a una. Ahora sí, completa, despacio trato de
pararme, buena compostura, abren la puerta, es la acomodadora.
- Estoy saliendo, buenas noches.
En la calle hay viento. Voy a la costanera, el viento me
golpea con mi pelo. Frío. Frío. Voy a un bar, pido un café y voy al baño. Tengo
un 38. Estuve practicando. Mis visiones no se reflejan en el espejo del baño.
Tienen miedo. Ahora me están dando lástima pero yo también estoy llorando esta
vez, un ¡blum!, ¡blum!, ¡blum!, ¡blum!
- Está ocupado.
- Señorita, ¿falta mucho?
- Ya voy.
Se me desvaneció el 38. Y salgo presto del cubil. Mis
visiones pegadas a la nuca. Abro la puerta de calle y otra vez el frío. El frío
me contrae y las visiones se me meten por la espalda, me bailan adelante de los
ojos. Un colectivo, las luces, me va a pegar, todo se aclara, caigo al piso, ni
me tocó, la gente me rodea pero no puedo levantarme, todo está claro. Semáforo,
carteles, luces del colectivo, los brillos de las cosas. La gente que me rodea
me habla, no les entiendo, yo estoy bien, clara, ¿dónde están mis visiones?
Todo es claro ahora, el color de la remera de un hombre que me toma la mano, se
junta gente. Estoy bien. Por el cielo pasan nubes. El colectivero llora. Voy a
moverme. Muy lento. Las caras pasan lentamente sobre mí. Algunos me agarran
para sostenerme o para que no me mueva, pero yo avanzo hacia el colectivero. En
silencio, todo lento, todo claro, llego y me mira espantado. Me abraza. Es
raro, floto, es él, que me lleva; hay un árbol y un pozo, es horrible, también
hay una pala. El pozo es estrecho. Me lleva flotando. Un policía está sobre mi
rostro, me mira y llama, habla, me levanto – Estoy bien. -, y me voy casi
corriendo. Nadie me sigue. Me subo a un taxi y doblo lejos de ellos, - Doble,
doble acá por favor. Lléveme diez cuadras. – Le dejé lo que tenía y salí
corriendo. Estoy acá, en esta plaza, bajo este árbol; nadie me ve. Todo es
claro. Todo es claro.
Pasa un auto. Pasa otro auto. Un hombre solo. Dos mujeres.
No me ven. Yo los veo. Me envuelven mis imágenes, pero nadie las ve.
Hace frío, no debería dormir, es peligroso. Lo sé yo y lo
saben los que mueren de frío en las calles. En este árbol nadie me ve, me
acomoda, una postura cómoda y estética. Así. No debería dormirme. Los aplausos
me levantan, el palco del teatro toma forma y tratan de ordenarse los recuerdos
en mi cabeza. El balcón del palco, tan empinado, simplemente fue doblarme sobre
él, casi cómodamente y sobre el grito de la sala, de algunos, luego deben haber
sido más, caer, debe haber sido un sonido grave. Toda la sala debe haber
enmudecido y gritado, pero ahora voy bajando, me voy a encontrar con el piso de
madera, pero no voy a saber nada más, la intriga, el vértigo. Un golpe
resonante, supongo.
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