martes, 18 de diciembre de 2012

relato: La tangente



La tangente



Libélulas ascendentes. Peces verticales. Mariposas horizontales. Mosquitos oblicuos.
Viene una tangente, rasga, abre, provoca un sismo. Abismo por el que cae claro, cristalino, el líquido secreto. Se inundan los oídos, los ojos; adyacente, ¿qué se ve por ahí? Sí. No. Es un remolino, una curva que cae, no termina nunca.   
Hoy en la plaza ví bañarse a dos palomas, las demás chapoteaban. Luego, también a dos pajaritos chiquitos, negros de pico amarillo. ¿Todo esto bañado también, bañado por el líquido que no me abandona y se despliega, inunda todo?; estoy cansada, tengo que repasar las formas para poderlas ver bien.
Matar un albañil, una idea como cualquier otra; se suma a la masa viscosa, ¿y cómo hacerlo? ¿Y el cuerpo? Se pierden las precisiones en las riberas envolventes.
Y los ojos implacablemente al frente. Las orejas alineadas. Los párpados casi fijos. El paso apretado, los sentidos atentos, la mirada distante. Y qué calor, y qué frío. Que no me molesten, que no me vean casi. Ahí se nubla toda sustancia, frente a frente en el subte.
Ojos que repasan. Líneas. Una multitud de necesitados atraviesan como por un cristal las espaldas y los olores. Ojos, ojos, los ojos están desubicados en el subte. Y chilla, chilla el subte y abre y cierra y mugre. Entre la mugre, sobrevivientes, por ahora. Se los mira con mayor o menor asco al pasar. Ojos, manos. La marea de los sentidos lleva a la multitud hacia fuera. Y ahí, el aire, sí, aire fuera del subte. Aire aunque sea gris, es menos gris que abajo. Más frío, seguramente. El frío delimita rigurosamente los contornos. Henos ahí, en el frío. Y si hace calor, menos que en el subte, pero calor, entonces el calor acompaña susurrando, susurrando. Y la tangente, el mundo que me pasa como una red, traspasa. Verlo, respirar con él, para no asfixiarme. Hoy está parcialmente nublado.


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