Disparo y alrededor
El campo abierto. Los pastos altos. Burbujas en las charcas.
El cielo pesa con calor. El aire corre, y los mosquitos. ¿Quién escucharía un
grito aquí? Las chicharras, las hormigas, alguna culebra, algún ratón, las
langostas, muchos bichos que hay, y pájaros, algún zorro inquieto, alguna
liebre atenta. Iguanas, vizcachas. ¿Quién escucharía un cuerpo que cae aquí?
Sordo contra el pasto, pesado y blando, enseguida absorbido. Es evidente que la
tierra tiene hambre de cuerpos. Cuerpos húmedos, luego secos, se diseccionan al
viento, se abren a nuevos amigos. El suelo absorbe. Queda bien acompañado un
cuerpo en el campo. Los sonidos. Un manto, varios mantos. Si llueve se esparce
aún más. Luego seco. Rígido. Y los sonidos. El cuerpo caería sobre blando,
suave contra los aromas, envolviéndose. Caer en este campo, a esta hora, este
cuerpo, blando para las hierbas. Después la luna lo baña todo. Tantos grillos.
Estrellas. Muchas. Pero ahora, sol. En este momento, la escopeta. Todavía no
está sola.
Un círculo duro, la boca de la escopeta, caliente por el
sol, acomodado contra la nuca, casi empujando. La vista en el horizonte, que es
una línea perfecta con unos bosquecitos. Hay también un bosquecito, más o menos
cerca. El círculo de metal calentado por el sol casi empujando la nuca.
Se fija en su recuerdo el motor de la camioneta, el
bambolearse por los surcos, el olor a nafta y a grasa. El calor de la chapa.
Los chirridos.
La caminata, en silencio, por el campo, que nunca está en
silencio. La caminata por su tejido de hierbas, bichos, pájaros que miran,
pájaros que vuelan. Ratones que corretean. Late, tanta vida.
Caminan separados por unos pasos. Charcos. Si se detuvieran
a mirar verían los renacuajos. Ella tiene la vista en el horizonte, y de pronto
la va fijando, triste como un saludo, en un cardo, en una charca (no llega a
ver los renacuajos), en una florcita, en sus pasos embarrados, otra vez al
horizonte. Una línea perfecta. Ella se acoplaría a esa forma chata. El
horizonte arándola con la tierra. Justo aquí no hay bosquecito, todo plano.
Aquí. Se detiene, el hombre con la escopeta también. Ella se llena de ese aire
herboso. Mira el horizonte, todo alrededor. Enorme. Dejar que la aplaste. Acá,
el caño en la nuca, presionando suavemente, casi empujando.
El cielo, sin una nube, es un plano que la empuja, le pide
que vaya al suelo, entre cielo y tierra. Absorbida por la tierra. Unas
chicharras en un arbolito chato. Fuertes. Ella de pie, calor, el caño de la
escopeta en la nuca.
Ensordecedor el disparo, salieron volando los bichos que
había, tapó todo unos segundos, menos el cuerpo de ella que cae. Ese sonido,
cómo golpea contra la tierra, contra las hierbas. Un sonido grave, el suelo,
sonidos agudos, las hierbas. Y la curva de la caída, seca.
El hombre se queda de pie. Se van recuperando los sonidos.
Camina, sus pasos son sus sonidos, y su respiración, entre los sonidos del
campo vivo.
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