viernes, 22 de febrero de 2013

relato: disparo y alrededor



Disparo y alrededor


El campo abierto. Los pastos altos. Burbujas en las charcas. El cielo pesa con calor. El aire corre, y los mosquitos. ¿Quién escucharía un grito aquí? Las chicharras, las hormigas, alguna culebra, algún ratón, las langostas, muchos bichos que hay, y pájaros, algún zorro inquieto, alguna liebre atenta. Iguanas, vizcachas. ¿Quién escucharía un cuerpo que cae aquí? Sordo contra el pasto, pesado y blando, enseguida absorbido. Es evidente que la tierra tiene hambre de cuerpos. Cuerpos húmedos, luego secos, se diseccionan al viento, se abren a nuevos amigos. El suelo absorbe. Queda bien acompañado un cuerpo en el campo. Los sonidos. Un manto, varios mantos. Si llueve se esparce aún más. Luego seco. Rígido. Y los sonidos. El cuerpo caería sobre blando, suave contra los aromas, envolviéndose. Caer en este campo, a esta hora, este cuerpo, blando para las hierbas. Después la luna lo baña todo. Tantos grillos. Estrellas. Muchas. Pero ahora, sol. En este momento, la escopeta. Todavía no está sola.
Un círculo duro, la boca de la escopeta, caliente por el sol, acomodado contra la nuca, casi empujando. La vista en el horizonte, que es una línea perfecta con unos bosquecitos. Hay también un bosquecito, más o menos cerca. El círculo de metal calentado por el sol casi empujando la nuca.
Se fija en su recuerdo el motor de la camioneta, el bambolearse por los surcos, el olor a nafta y a grasa. El calor de la chapa. Los chirridos.
La caminata, en silencio, por el campo, que nunca está en silencio. La caminata por su tejido de hierbas, bichos, pájaros que miran, pájaros que vuelan. Ratones que corretean. Late, tanta vida.
Caminan separados por unos pasos. Charcos. Si se detuvieran a mirar verían los renacuajos. Ella tiene la vista en el horizonte, y de pronto la va fijando, triste como un saludo, en un cardo, en una charca (no llega a ver los renacuajos), en una florcita, en sus pasos embarrados, otra vez al horizonte. Una línea perfecta. Ella se acoplaría a esa forma chata. El horizonte arándola con la tierra. Justo aquí no hay bosquecito, todo plano. Aquí. Se detiene, el hombre con la escopeta también. Ella se llena de ese aire herboso. Mira el horizonte, todo alrededor. Enorme. Dejar que la aplaste. Acá, el caño en la nuca, presionando suavemente, casi empujando.
El cielo, sin una nube, es un plano que la empuja, le pide que vaya al suelo, entre cielo y tierra. Absorbida por la tierra. Unas chicharras en un arbolito chato. Fuertes. Ella de pie, calor, el caño de la escopeta en la nuca.
Ensordecedor el disparo, salieron volando los bichos que había, tapó todo unos segundos, menos el cuerpo de ella que cae. Ese sonido, cómo golpea contra la tierra, contra las hierbas. Un sonido grave, el suelo, sonidos agudos, las hierbas. Y la curva de la caída, seca.
El hombre se queda de pie. Se van recuperando los sonidos. Camina, sus pasos son sus sonidos, y su respiración, entre los sonidos del campo vivo.

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