viernes, 24 de julio de 2015

relato _ bruma y crepúsculo


Cuando se acerca el crepúsculo una bruma nítida, a ras del suelo, se desprende desde el mar y avanza lamiéndolo todo, humedeciendo y helando suelo, tallos, troncos, ramas, plumas, pelos, piel; se va elevando, lo envuelve todo como cortina o manto, lamiendo con su sal. No abandona nada todo lo toca. Para sustraerse de la bruma habría que envolverse en otra cosa, capullo, coraza, casa, caparazón, pasar de un encierro a otro, por eso la bruma se ríe, y avanza. La recibe mi piel, mis pulmones se enfrían, tragan humedad, el pelo se humedece, siento frío pero el aire es limpio, mi cuerpo está limpio, esto es puro, estoy bien. Corro para entrar en calor, corro dentro de la bruma, mi aliento es húmedo también, pero cálido, se confunde, se arremolina en la nube salina. Sin embargo mi garganta se seca y mis ojos lloran, si paro de correr la transpiración no me va a abrigar más y va a ser un baño frío. Entonces sigo corriendo en la bruma. Llego hasta el bosque, con la tierra arenosa y las hojas caídas, me abrigo, y debajo de unos matorrales, me duermo.
Puedo escuchar el mar desde acá, no me levanto y no me despierto, y escucho el mar y las ramas altas y troncos que crujen. Sigue haciendo frío, pero duermo, no me despierto, estoy bien así. El mar, los crujidos del bosque, la tierra arenosa, las hojas secas, debajo de los arbustos del matorral. La bruma está alrededor y dentro mío, la respiro, entra y se va de mí, y está, todo el tiempo, húmeda y limpia. Si no me despierto tal vez me congele, pero quiero este momento tranquilo, y tampoco siento frío ya, probablemente alcance con el abrigo de la tierra arenosa, las hojas y el matorral, probablemente, sí. En mi sueño hay colores extraños, aromas conocidos y paisajes mezclados. Creo que la bruma ya está aflojando y el frío también; pero todavía no me despierto, no abro los ojos. Estoy bien así. Oigo los pájaros, el bosque se mueve. No abro los ojos, escucho, huelo. Estoy bien así. Se siente más calentito ahora, a través de mis ojos cerrados entra luz, veo rojo. Voy a abrir un poco los ojos, sólo un poquito, estoy tan bien así.
No, lo que veo no tiene nombre. No más bruma, no más bosque, sin distancia, ni forma, ni nombre. Gris alrededor, plano, ni sombras, ni figuras, ni bordes, sin dirección. Mi cuerpo sigue acostado, no me levanto, pero no encuentro un piso, sólo un continuo gris, sólo mi cuerpo me indica arriba o abajo, y no me muevo, me aferro a esta noción que todavía queda, soy mi única referencia, pero escucho a los pájaros cantar y siento el viento. Un resplandor frío, sin forma, me hace cerrar los ojos y estoy bajo el agua, trago agua, abro los ojos y apenas veo algo de las burbujas de mi aire, está muy oscuro. Sigo las burbujas que apenas distingo, voy hacia la superficie, no sé cuán profundo estoy, ya no tengo más aire, pero sigo subiendo, voy a llegar, y rompo la superficie emergiendo con los pulmones abiertos a todo el aire posible. Y es la noche, y son las hojas y los arbustos, y la tierra arenosa, y todo me protege del viento frío y de la bruma; ya empieza a clarear. Cuando el sol esté alto voy a volver a correr, a correr derecho, a subir y a bajar, voy a correr dentro del paisaje y con todo el paisaje a cuestas, hasta que mi cuerpo feliz caiga en la arena y ya no distinga nada y el sol me seque y le interese a las gaviotas y chimangos y el mar me lleve consigo a una vuelta por la sal.


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