El
payaso Basurita camina solo por la calle vacía, es estrecha, llena
de viento y papeles y hace mucho frío. Nadie lo reconocería. No
lleva ninguna de las señas de su oficio, sólo su cara roja por el
frío y la mueca triste que lo acompaña bajo los reflectores y en su
camastro miserable. Patea una botella que se rompe y le mancha y le
moja y le da frío en el pie que cubre el zapato viejo, sucio y
remendado. No podía ser de otra manera, piensa Basurita, putea y
sigue caminando entre cartones, papeles sucios y mojados, y líquidos
que forman charcos pestilentes. Basurita los salta como si estuviera
en función, o en función salta como tiene que saltar siempre
esquivando las basuras. Ahora empieza a llover, también así tenía
que ser, piensa Basurita, y su cara se tuerce en una sonrisa, él lo
sabe, indecorosa. Como llueve, está nublado y no puede ver las
estrellas, ni la luna puede verlo a él; mejor así, piensa Basurita,
su alma lo avergüenza y sin embargo él avanza y avanza, aún con
paso inseguro. Avanza porque se le resbala el corazón, porque se le
inflama la sangre, porque se le embota el cerebro, porque lo han
ofendido, a él, que se alimenta de las ofensas, le han ofendido pero
de tal modo que siente la espalda quebrada en dos, de tal modo que
los ojos le lloran, de tal modo que a falta de un puñal, improvisó
una punta.
Dijimos
que la luna no podía verlo, y fue una lástima; le hubiera dicho que
se equivocaba, que estaba por caer sobre su propia tumba, que ella
siempre lo había buscado y había llorado por él, y él nunca la
escuchaba. Basurita había aprendido a despreciarse y a odiar, y ella
lo hubiera acunado y le hubiera puesto besos puros en la frente; lo
hubiera hecho bello. Pero el payaso herido, desde siempre herido, no
pudo nunca más que mirarla con ojos siempre suplicantes, confusos,
vidriosos. Y la luna desesperada le hablaba al payaso triste e
inaccesible. Ahora sabía que bajo ese manto de nubes gordas,
Basurita iba a sellar su destino en un acto grotesco y fallido, y
lloraba por él.
El
payaso Basurita siguió avanzando, dando tumbos, por la callejuela
desierta y sucia. A lo lejos ya entrevió la luz amarillenta del bar;
dentro de su bolsillo apretó la punta que había preparado. Todo
sucedió en un segundo, tropezó con una inmundicia, cayó en un
charco barroso y una furgoneta lo atropelló, lo golpeó, salió
disparado más hacia delante del vehículo, que no llegó a frenar
del todo y lo pisó. Basurita sintió un silencio enorme, veía
borroso, casi no veía, y ya no escuchaba nada, se juntó bastante
gente alrededor, siempre dando espectáculo, pensó, pero ya no podía
ni sonreírse con una mueca tosca. En ese momento, las nubes irónicas
se abrieron un poco y la luna lo vió, una pequeña cosa desecha en
la mugre, y ya vaciada de llorar por él, se puso a cantarle,
suavecito, suavecito, como solamente la luna puede hacer, y en uno de
sus rayos pudo por fin llegar al oído del payaso que se moría. Y el
hombre que había vivido en la humillación y el desencanto, sonrió.
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