Es
más fácil matar un caracol que romper una cáscara de nuez.
Sencillamente una desgracia para el caracol. Partir nueces es más
difícil. ¿Puede gritar un caracol? Una nuez no, pero ciertamente,
tampoco sufre. Más fácil que partir una nuez es matar una hormiga,
¿cuál es el sonido de una hormiga?, y ciertamente, la hormiga
sufre. Sobre la tierra, bajo el sol, esquivando luna y estrellas,
millones de bocas, con dos piernas, con dos pies, con dos brazos, con
dos manos y una espalda que se encorva, ¿qué voz tiene esta
multitud, qué grito alguien reclamaría como suyo, si cada pie
golpea cada boca y cada puño saca el aire del cuerpo próximo? Y
ciertamente, estos mansos y feroces sufren.
El
viento roza miradas opacas, y todo destello se pisotea en un charco.
¿Quién siente pena? ¿Quién siente amor? Y ciertamente, todos nos
engarfiamos a la continua tarea de respirar. Respirar, exhalar,
respirar, exhalar, una tos, un suspiro, un estornudo, una maldición,
y la vocesita que dice bajito “¡socorro!, ¡socorro!” ¿Quién
va a escucharte, vocesita, si te ahogan con más manos de las que
pueden sostener un cuerpo. Y ciertamente, antes de caer, esos cuerpos
se sostienen con la fiereza que no tienen para ser felices. Hay que
morder el aire con todos los dientes, degustarlo con toda la boca y
los pulmones, y que nos acaricie la piel. Hay que cantarle a la luna.
Ciertamente, hay que querer salvarse.
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