Lucecitas de colores. Muchas lucecitas de
colores. Te gustaba llevarme de la mano y que estuviera bien
abrigada. Banderines de colores. El playón agrietado y los cables
para las lamparitas de colores. Nunca entendía mucho de todo ese
remolino y no importaba tampoco.
Después en la cocina llegaba el monstruo, ahí
no había banderines y ya no me agarrabas de la mano. Y al otro día
otra vez a la kermesse. Eso sí que estaba bien, de la manito y las
manitos atrás, para que nadie pensara que iba a molestar o a romper
algo.
Pero al final algo se rompió, mucho después.
Y yo tiré la piedra, y no te moviste, y no dijiste nada. Y ya no
hubo manitos, ni qué lindo todo. Los que martillan las cabezas a
veces también saben de muchas flores y de poesía y de entereza.
Horribles y hermosos a la vez. Y no me defraudaste, fue una postura
decorosa. Lo nuestro es un tango, te tuve que decir. Y fue lo último
que dijimos. Hacía mucho que habías entrado al reino de los
fantasmas. Y ahora te puedo reverenciar y repudiar el horror.
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